Decidí volver a casa en subte. De cabecera a cabecera. Desde Congreso de Tucumán hasta Catedral, línea D.
No sé porqué Metrovías decidió instalar un mural acerca de las Invasiones Inglesas en la primera estación, es de esperar algo más alegórico al nombre pero encontré éste.
Humo de tragedia al fondo, heridos de muerte al frente y en la diagonal Liniers le acepta el sable al general inglés. Es una capitulación, pero antes hubo derramamiento de sangre y pérdida de vidas, como siempre en estos casos. Escribiendo la historia chica, la de mezquindad y sometimiento, las dos viejas sinvergüenzas: Doña Inglaterra y Doña España. Hay otras más también, que no se hagan las tontas.
Las Invasiones Inglesas ocurrieron una 1806 e insistiendo en 1807. Para quitarle Buenos Aires a España y no otra cosa. Ambas fueron rechazadas de diferente manera por los criollos asociados con una ya endeble tropa española y su rey preso de Napoleón. No quiero hacer especulaciones de que hubiera pasado si no hubieran expulsado a los anglosajones de Buenos Aires.
La esquina del mural me es muy familiar y sentí una fuerte gana de acercarme al ángulo del autor del mural. Es en la antigua Plaza de Mayo, tanto que ni así se llamaba en ese entonces sino que la conocían cómo Plaza Mayor, sencillo e hispano fundante.
Bajé del subte y caminé. Es un desvío de una cuadra nada más. Saqué la foto para quedarme en paz con la gana. Pero no podía dejar de pensar en los muertos de las guerras.
Extraña historia la de la civilización europea. Pregonando valores y ejerciendo la violencia. Descartando, a su paso intrusivo, lo existente en el Nuevo Mundo para imponer la cultura de lo que ya era tan lejano, el Viejo Mundo.
Nombres, costumbres, conocimientos... quedaron olvidados en aras del rídiculo y el sacrilegio. Pero eran los comienzos.
Todo el mundo estaba en guerra. En Europa fueron esos baños de sangre uno tras otro, el hambre y el odio racial, los que hicieron emigrar a nuestros antepasados a la Argentina. Sin ser el Edén no se desataban por aquí grandes conflictos bélicos entre vecinos. Si había prevaricato y amiguismo. Corrupción y discriminación. La injusticia social era común... pero también lo era en Europa
Aquí no ha habido grandes grandes genocidios desde el siglo XIX. La autollamada Revolución Argentina, en el siglo XX, se ensañó con una pequeña parte de su propio pueblo apresándolos, torturándolos y asesinándolos de diversas maneras ominosas para finalmente apropiarse de sus bienes materiales y también de los bebés nacidos en cautiverio. Un horror sistemático y planeado para quebrar a sus enemigos, jóvenes revolucionarios, sin enfrentamientos de cañones y ejércitos. Solo bombas y picanas.
Aunque dejaron una herida social que aún no cicatriza bien y las estadísticas no son terminantes, no fueron los millones de las dos Guerras Mundiales. ¡Y de todas las anteriores desde antes de Roma! Quiero comparar magnitud y no calidad de daño. Europa ha sido devastada cien veces. Y repitió lo que sabía hacer. Y lo repite todavía.
Me doy vuelta para encarar por Bolívar y veo el resplandeciente templo más viejo de la Ciudad, San Ignacio. Siempre recuerdo que mi mamá quería mucho a los jesuítas, primero porque Iñaki el fundador era vasco. Inmediato después decía que ellos no creían en dioses, que eran científicos y que contaban ese cuento para protegerse de la Iglesia. Eso me gustaba... aunque ahora el jefe de la misma sea... un jesuíta!
Pero como ellos tampoco me creo los cuentos