Ayer salimos a comprar un plumín y tinta china. Mi esposa comenzó a tomar clases de dibujo y se hacían necesarios esos elementos. Era casi mediodía, aprovechamos para hacer unos pagos y fuimos a la búsqueda.
Estábamos en Venezuela y Chacabuco frente a una atractiva propuesta culinaria con connotación sexual. No entramos y seguimos caminando hasta la Avenida de Mayo, aún engalanada con las banderas del Bicentenario pasado.
Aquí, para mi propio asombro, descubrí la chocolatería del barrio: "A los Holandeses". Está al nivel de las tiendas europeas. Menos surtida en variedad de moldes pero tienen un celular, pelotas de fútbol y de golf, boquitas como besos y otros formatos atractivos. Además el local es hermoso y acogedor. Compramos dos tabletas una de amargo y otra de dulce. Un imperdible.
Seguimos hasta la artística Rygo. Estaba nublado, sin contraste. Nosotros del brazo viendo pasar la gente y riendo porque así debe ser. Nos sentíamos en otro país.
Llegamos a la tienda. De buen humor.
El olor de estos locales es tan especial como el de un barco. Mezcla de
óleos y maderas. El vendedor amable y con conocimiento de lo que vende,
nos asesoró correctamente. Los tachos y pomos con colores son como
flores en una estantería. Compramos todo y un gran block de papel, en blanco.
A la salida pasamos frente a este contraste arquitectónico
Caminamos con la bolsa de las compras por la Avenida una cuadra más, nos dió hambre y ganas de almorzar afuera juntos. Nos gustó la idea. Romper la rutina de los miércoles.
Entramos a "La Robla" y pedimos el almuerzo ejecutivo. Nos estábamos divirtiendo cómo cuando nos vamos de viaje. Al garete. Pedimos pescado, rabas y papas fritas. Dos copas de vino blanco y postres estaban también incluídos. Pedimos un agua con gas porque nos gusta el sodeado, de corazón.
La planta baja estaba colmada. El precio es conveniente. Queda en Chacabuco, entre la Avenida e H. Yrigoyen. Las rabas ricas. A la hora de pagar el amable mozo pronunció. "En efectivo solamente" y la sonrisa se me trastocó. Salí en busca del billete. La clave no funcionó y me volví sin plata. Mi esposa esperaba en "La Robla", sentada. Regresé y le dije que tenía que ir a casa, a tres cuadras y volver. "No señor, por esta vez no importa" surgió espontáneo el mozo nuevamente, retirando el plástico. ¡Qué porteño de ley! Restaurante en cooperativa. No hay dueños ambiciosos sino trabajadores interesados en mantener el prestigio y la fuente de ingresos.
Por todo esto me dí cuenta que valió mucho la pena disfrutar la Vida como es, una vez más... y juntos.